Cuando decidimos ser fieles a Dios y a nuestra religión, obedeciendo a la palabra de Dios, permitimos que los demás se acerquen a Él.
Muhammad, Mensajero de Al-lâh, y aquellos que están con él, enérgicos con los incrédulos y compasivos entre ellos.
Hemos leído el texto sobre el maqam del amor de Abdelmumin Aya. Nos sentimos tristes por su incapacidad de concebir el amor a Al-lâh, pero también molestos por su desprecio hacia aquellos que se sitúan en el amor como morada. Hay quien prefiere negar la Palabra de Al-lâh antes que enfrentarse a la más ardua tarea de vivenciar aquello que el Corán propone.
No podemos comprender como este hombre inteligente y sensible, que se pasa las noches y los días pensando en como darlo todo por el islam, acabe diciendo las barbaridades que hemos leído. Lo patético no es una frase suelta u otra, sino el tono agresivo del conjunto, su vanidad de pensador contra-cultura y contra todo.
Me parece que el texto de Abdennur refleja inmejorablemente lo que un musulmán siente y piensa acerca de estas cuestiones. La crítica que hace a estas cosas es compasiva y certera, que es como debemos hacerla los musulmanes.
O Vicente, si este nombre eliges. Que cada uno se nombra lo que es.
Me ha sorprendido un poco la ternura de su dedicatoria porque no pensaba que me tuviera tan presente. Habla de los místicos, de los sufis, de los que alguna vez han mencionado el Amor de Dios, como de unos ilusos o unos locos.
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