» Poesía
... tres quilos y ciento noventa gramos al nacer.
El peso de las cosas, lo medible siembra al sinuoso
un manto de tierra y un trasiego,
presenta su contorno como una máscara definitiva,
le impide abandonarse a la pura transparencia.
¡Oh que cansado mediodía, que torpeza de manos
que buscan su reposo! ¡Que nostalgia al abrigo del fracaso,
que excusa para el alboroto,
para la comezón del indolente, que gusta de su aullido!
El peso de las cosas no nos deja cruzar,
está ahí como limite y trabajo,
y aún así se aparece inescrutable,
da una sombra y consigue despertar al hombre
que sueña cabalgar su telaraña.
El peso recompone las fuerzas del que toca,
deja aullar al tonto y calla ante su grito.
El que quiere saber no ceja ante la cosa,
la mira como a un toro de luz que lo enamora.
El que quiere saber quiere saber que el toro
busca su enfrentamiento con la luna.
¿Cómo habremos de hacer para seguir la guía
del asombro si el muro de roca nos contiene?
Tal vez el peso done su secreto
a quien conoce la alabanza,
el poder indual que nos traspasa.
Hay un ramo de estrellas en el cielo, ¿quién lo viese?
Aquel que no se sabe, aquel que reconoce
la luz de su trasiego, la forma de su mano.
La alabanza es siempre una paloma
que hace crecer la silueta
del ramo de estrellas de fuego.
¿Cómo no alabar el peso de las cosas?
¿Cómo no acordarse de la mano
manchada de madre, aún al saber que duele?
¿Cómo no amar la precisión de lo medible,
la cantidad exacta de gramos que tiene en su seno cada cosa?
El amor es un límite para la mirada,
y el límite es un mundo.
La resistencia que nos lleva
y nos reclama una constancia.
Cruzar la resistencia a nado, lentamente,
saborear la fuerza del brazo que se hunde
en una ola absorta en su marea,
saborear el entrevisto cuerpo
entre el sueño del mundo y el agua primigenia,
saborear las palmas de la mano
manchadas de amor, de sudor, de guerra,
marchando en esfuerzo unitivo.
Ella cruzó del sueño hacia su peso
y ahora son ojos en el muro, son labios en la roca,
ahora mismito el mundo está de luto
y sin embargo brilla.
Ahora es el signo y es la cosa,
unísono canto del invisible árbol de fuego
y la forma que nos impide el paso,
unísono canto del fruto y la mano deseosa.
¿Es el árbol de sombra o es la forma
quien nos ha dado el fruto?
Son los dos árboles en una sola imago
que transparenta el telos unitivo,
prisma de entrevisión del mundo en una nube
que todo lo contiene
y hace saltar al sol en su alquería.
Vemos un cuervo y vemos otro cuervo.
Ambos resaltan sobre el amarillo
como hermanos de pecho.
No son hermanos para la costumbre,
pero la madre es una, el vientre es uno,
gime el esfuerzo y se ha multiplicado
de madre a madre al son del Compasivo.
El fruto es la forma que sangra el sabor ante el ciego
que toma en la forma la luz de su aroma.
El fruto es la forma, pero el sabor supera.
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