Silencio, silencio de camposanto en sus calles tristes.
Aúllo, grito, ansiosamente grito y a las tinieblas oigo
dispersar su nieve y su alquitrán en la quietud.
Suenan pasos siniestros y la ciudad se traga
sus ecos, como una fiera de hierro o de piedra
se ha tragado la vida de la noche a la mañana.
¿Dónde está Iraq?
¿Dónde el sol de su amanecer que una barca llevaba
por las aguas del Tigris y el Buwayb?
¿Dónde están los ecos de las canciones que como alas de paloma
se batían sobre las espigas y los palmerales,
llegados de cada casa,
de cada colina perdida entre los campos de flores?
Si muero, patria mía, yacer en tus terribles cementerios
es mi mayor deseo.
Si vivo, una choza en el campo
es cuanto pido a la vida.
Daría todos los arrabales de Londres y sus calles
por tus vastos desiertos.
!Que la desgracia jamás te alcance!
* * *
Tal vez muera mañana, pues el dolor va carcomiendo, pese a todo,
la cuerda que aferra mi destrozado cuerpo a la vida,
como una casa cuyas esquinas va royendo el viento
y en cuyo techo abre calles la lluvia.
¡Oh hermanos que andáis dispersos del sur al norte,
entre desfiladeros, llanuras y altos montes,
hijos de mi pueblo en las aldeas y ciudades queridas...
no neguéis los dones de Iraq...!
Habitáis el mejor de los países, entre aguas y verdes.
El sol, luz de Dios, lo cubre en invierno y en verano.
No pretendáis de él sino a él mismo.
Él es el paraíso. Guardaos de las serpientes que reptan por su suelo.
Yo estoy muerto y los muertos no mienten. Reniego de las palabras
si no manan del corazón.
Espléndida mañana,
cubre con tu oro el Iraq.
De arcilla de Iraq
es mi cuerpo, y de agua de Iraq...
Cincuenta años. Los datos, a pesar de algunas inconsistencias, dejan una idea clara del impacto humano en el clima.
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